Un horno de leña, la brisa del mar, la sal en los labios, y a afuera, frente al mar, la mesa esperando. En la cocina calienta la lumbre, gruñe el aceite, humea el agua, se tuestan los panes, y el olor de la mantequilla fundiéndose en la sartén despierta los sentidos.
Siempre he sostenido que la cocina es la combinación perfecta entre arte y ciencia, cada vez técnicas más sofisticadas permiten llegar al plato perfecto, al deseado manjar que se dibuja en la imaginación del cocinero, aquel plato que despierte los cinco sentidos del comensal, una hermosa presentación para la vista, una crujiente textura que deleite el oído al masticar, y acaricie la lengua en cada bocado, un olor impecable y tentador, todo como antesala al gusto, que debe ser complacido con los sabores más delirantes, explotando de sabor cada papila.
Al respecto nadie puede negar que el mar encierre los secretos del plato perfecto; en su infinidad esconde los sabores más increíbles y deleitantes para los paladares más sofisticados. El hombre viene del mar, y por ende la culinaria también; es allí donde encuentra su origen y su esencia. En los albores de la humanidad un homínido iluminado por su racionalidad y guiado por sus sentidos decidió tomar el pez que había obtenido en la mañana, y tras sacarlo del fuego, dejó caer unas hierbas de hermoso aroma sobre él, así descubriendo su primer manjar.
Hoy en día, el espíritu de ese hombre vive en todos nosotros, y no podemos dejar de humedecer nuestros labios cuando pensamos en un delicioso plato de mariscos frescos salteados en mantequilla, un cítrico coctel de camarones frente a un rubio atardecer costero seduce hasta el espíritu más frívolo, una langosta al termidor tienta al hombre más insípido. El mar esconde el secreto de la buena mesa, del mar viene la sal, de la sal viene la cocina, y esa cocina le debe su alma al mar.
Podemos nombrar infinidad de platillos, de infinidad de países, pero los más grandes y los más suculentos, siempre andarán atados al mar. La bouillabaise francesa, una cazuela de mariscos colombiana, unos langostinos tempura, o un arroz de mariscos filipino, son prueba de ello; los platos más trascendentales y acreditados del mundo pasan por el mar, por la costa, por la sal de las olas.
Así no podemos olvidar la deuda que tiene la cocina con el mar, no podemos dejar de recordar y glorificar la comida que viene de las profundidades, en cada bocado debemos rendir tributo a cada ingrediente proveniente del océano, el padre del ser humano, el padre de la cocina misma.
Siempre he sostenido que la cocina es la combinación perfecta entre arte y ciencia, cada vez técnicas más sofisticadas permiten llegar al plato perfecto, al deseado manjar que se dibuja en la imaginación del cocinero, aquel plato que despierte los cinco sentidos del comensal, una hermosa presentación para la vista, una crujiente textura que deleite el oído al masticar, y acaricie la lengua en cada bocado, un olor impecable y tentador, todo como antesala al gusto, que debe ser complacido con los sabores más delirantes, explotando de sabor cada papila.
Al respecto nadie puede negar que el mar encierre los secretos del plato perfecto; en su infinidad esconde los sabores más increíbles y deleitantes para los paladares más sofisticados. El hombre viene del mar, y por ende la culinaria también; es allí donde encuentra su origen y su esencia. En los albores de la humanidad un homínido iluminado por su racionalidad y guiado por sus sentidos decidió tomar el pez que había obtenido en la mañana, y tras sacarlo del fuego, dejó caer unas hierbas de hermoso aroma sobre él, así descubriendo su primer manjar.
Hoy en día, el espíritu de ese hombre vive en todos nosotros, y no podemos dejar de humedecer nuestros labios cuando pensamos en un delicioso plato de mariscos frescos salteados en mantequilla, un cítrico coctel de camarones frente a un rubio atardecer costero seduce hasta el espíritu más frívolo, una langosta al termidor tienta al hombre más insípido. El mar esconde el secreto de la buena mesa, del mar viene la sal, de la sal viene la cocina, y esa cocina le debe su alma al mar.
Podemos nombrar infinidad de platillos, de infinidad de países, pero los más grandes y los más suculentos, siempre andarán atados al mar. La bouillabaise francesa, una cazuela de mariscos colombiana, unos langostinos tempura, o un arroz de mariscos filipino, son prueba de ello; los platos más trascendentales y acreditados del mundo pasan por el mar, por la costa, por la sal de las olas.
Así no podemos olvidar la deuda que tiene la cocina con el mar, no podemos dejar de recordar y glorificar la comida que viene de las profundidades, en cada bocado debemos rendir tributo a cada ingrediente proveniente del océano, el padre del ser humano, el padre de la cocina misma.
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